(Editorial de la revista Gaspacho N° 3 realizada por el Centro Cultural de España en Buenos Aires)
¿Acaso vos, que lees esto y yo, que lo escribo, somos iguales?
No creo tener tus rasgos, ni tu ropa, ni tu altura exacta; seguramente tenga otro corte de pelo, me guste comer otra comida; hasta probablemente nuestras pieles tengan otros matices; quizá no coincidamos a la hora de elegir con quién nos vamos a dormir, quizá nos guste compartir una noche entera o sólo siestas, quizá te gusten los disfraces, quizá a mí también; pero serán otros: los míos no son los tuyos. Aunque hayamos ido a la misma escuela, te sentaste en otro banco y si rezás, el tono de tu oración tendrá otra cadencia y si no rezás tu silencio será diferente a algún otro silencio mío. Tu autor favorito puede ser mi autor detestado. Tu película de culto, mi peor pesadilla. Quizá naciste en la misma ciudad que yo, pero en otra casa; o quizá viniste de otro lado.
Vos y yo somos naturalmente diversos. Y en esta diversidad me puedo enamorar de vos, puedo pelearme, disentir, coincidir, negociar y siempre quiero respetarte y que me respetes; quiero compartir con vos mi derecho a ser quien elijo ser. La diversidad se encuentra en nuestra esencia porque la diversidad es un humanismo.
Tu diferencia me nutre y me enseña, me enriquece, me despabila así como la mía te da otra perspectiva que te hace ser mejor: sólo por comprenderme y aceptarme. Qué sopor ser iguales…
La diversidad divierte y no es una banalidad porque en nombre de homologar y pretender que vos seas como yo –esta imposición racional y demente–, en mi nombre y en el tuyo, convocan guerras que no deseamos: guerras con bombas y guerras sutiles. Nos enfrentan o pretenden.
La diversidad no es sólo un humanismo, es la base de la paz.
Somos todos diversos pero queremos lo mismo: respetar nuestras alteridades y convivir con ellas. Sin juicios ni prejuicios.
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