Angelo O. Roncalli (1881-1963) se convirtió en el Papa Juan
XXIII en 1958, tras la muerte de Pío XII. El nuevo pontífice fue el encargado
de renovar la Iglesia católica a través del Concilio Vaticano II, inaugurado el
11 de octubre de 1962. Su finalidad, era abrir las ventanas para que entrara
aire fresco en la Iglesia.
Desde el comienzo, el Concilio mostró un alto interés en
cambiar algunos aspectos importantes de las ceremonias religiosas. Además de sentar
las bases para una mayor participación de la Iglesia en los problemas del
mundo, se propuso reemplazar el latín en la celebración de la misa por los
idiomas nacionales.
Otro de los cambios importantes en el Concilio, fue la
presencia de obispos de todo el mundo, sobre todo, de obispos del llamado
“tercer mundo”. La Iglesia Católica, hasta ese momento, tenía una presencia
predominantemente europea en su cúpula organizativa y la incorporación de estos
últimos, también significó un profundo cambio.
Fallecido Juan XXIII,
durante la celebración del Concilio, fue reemplazado por Paulo VI, quien
continuó el Concilio hasta 1965, marcando una gran transformación en la
Iglesia, no sólo en los aspectos religiosos (que operan en el nivel ideológico
o de las mentalidades) sino también en el aspecto social y político, en
especial en América Latina, donde encontró un profundo eco.
En Latinoamérica, el Concilio significó para los creyentes
un profundo cambio, ya que permitió el contacto de las órdenes religiosas con
las necesidades sociales que requería el pueblo. La renovación, también
proponía una mayor independencia del accionar de los evangelizadores. Un
profundo debate interno se sucedió luego de las diferentes formas de
interpretar la realidad y actuar en ella, que se dio en toda la Iglesia. En
mucho casos, los integrantes de las Iglesias de cada país se identificaron con
los movimientos de liberación.
“La teología de la liberación”, una idea que se venía
discutiendo desde mucho tiempo, tomo forma luego de la Conferencia de Medellín
de 1968, donde se reunió el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Desde un mensaje de Juan XXIII, en 1962, donde expresaba que:
“frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y
quiere ser: como la Iglesia de todos, particularmente, la Iglesia de los
Pobres”, había surgido la idea de una Iglesia que se acerque a las necesidades
de los pobres. En un contexto donde las dictaduras que gobernaban la región,
dejaban una escasa o nula representatividad política y una enorme injusticia
social. La idea de “Iglesia de los pobres” fue interpretada por algunos
sacerdotes de tal manera que dio origen a la “teología de la liberación” y como
un claro compromiso político y social destinado a transformar el mundo. De esta
forma, el compromiso social hizo que los sacerdotes llamados “tercermundistas”,
en los que predominaba una evangelización cargada de alto contenido social, se
acercaran a los movimientos de liberación que utilizaban la lucha armada.
No toda la Iglesia tuvo esta postura, hubo en la época una
notable reacción conservadora, que se plasmó en 1972, con la nueva conducción
del CELAM. A su vez, la encíclica “Populorum Progressio” de Paulo VI, criticaba
el sistema capitalista y denunciaba la situación de injusticia que se daba en
el Tercer Mundo. Esta encíclica, aumentó aún más las posturas a favor de la
“teología de la liberación. Muchos sacerdotes, que abrazaron estas ideas,
fueron perseguidos y asesinados por defender estas prédicas evangélicas y
llevarlas a la práctica.
LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN: La Conferencia de Medellín,
donde se reunió el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), en 1968, se
inspiró en las reformas del concilio Vaticano II. En la misma, los obispos
publicaron un documento en el que examinaban el papel social de la Iglesia en
sus respectivos países. Allí, denunciaban la opresión del sistema capitalista
sobre los pobres, criticaban la explotación que ejercían los países centrales
por sobre los del “tercer mundo” y exigían numerosas reformas políticas y
sociales.
Los Obispos reunidos, no se detuvieron sólo en esos
reclamos, sino que también declararon que la Iglesia Latinoamericana contenía
una misión distinta de la de Europa. Por lo tanto, en esta región, la Iglesia debía
tener un alto compromiso con la realidad social de su contexto y una praxis
transformadora. Esta práctica de la fe cristiana se conoció como la “teología
de la liberación” y tuvo durante décadas una importante influencia dentro de la
Iglesia Católica.
Un teólogo peruano, Gustavo Gutiérrez, publicó en 1971 la
doctrina central de movimiento. La “teología de la liberación” establecía que
la Iglesia debía ayudar a los pobres y no imponerse sobre ellos. Además,
proponía un accionar cristiano acorde a las enseñanzas de Jesús y no conforme a
los requerimientos de los poderosos. Así fue que estas ideas inspiraron la
fundación de la “Iglesia de los pobres”, que combinaba la enseñanza religiosa
con la participación en movimientos sociales y políticos destinados a cambiar
la realidad.
A su vez, en Brasil
también se producía un fuerte movimiento renovador en la Iglesia. Leonardo
Boff, un teólogo brasileño, criticaba en sus libros las injusticias en
Latinoamérica y se animaba a incluir dentro de las fuerzas que provocaban esas
injusticias, a la Iglesia Católica.
Como era de esperar, a Roma y a los regímenes conservadores
no les gustó la matriz marxista de la “teología de la liberación”.
Durante las dictaduras militares que asolaron a América
Latina en general, se llevó a cabo una violenta represión del movimiento. Las
represalias laicas, en forma de asesinatos cometidos por escuadrones de la
muerte o en forma de encarcelamientos con torturas, se incrementaron y clérigos
como el arzobispo de El Salvador, Oscar Romero, y el padre Antonio Pereira
Neto, de Brasil, y el obispo de La Rioja, monseñor Enrique Angelelli, se
convirtieron en mártires del movimiento.
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